Nicaragua

La pobreza es omnipresente en toda Nicaragua. En todas las ciudades, en todas las zonas, una gran parte de la población vive en la más absoluta miseria. El desempleo alcanza cifras que sobrepasan el 60 por ciento en un país donde no existen coberturas sociales básicas como estamos acostumbrados en Europa. Los desequilibrios sociales son enormes.

A diferencia de los países europeos, en Nicaragua no existe una clase media como estamento generalizado. Los ricos son muy ricos y los pobres, muy pobres. Los salarios medios son muy bajos y no permiten cubrir, en muchas ocasiones, las necesidades básicas. Así, por ejemplo, un maestro gana el equivalente a unas 12.000 pesetas mensuales, con un nivel de precios que podríamos fijar en el 80 por ciento de los casos similares a los de nuestro país.  Como consecuencia de esta situación, la emigración hacia otros países, como Costa Rica, es muy intensa.

Los servicios sociales son casi inexistentes, los hospitales carecen de recursos para atender a los enfermos, y no existe seguridad social al menos como la concebimos en España. A pesar de las intensas campañas de alfabetización de la época sandinista, una parte importante de la población todavía no sabe leer ni escribir.

Las mujeres resultan especialmente perjudicadas por esta situación. Al enorme nivel de desintegración familiar, se une el hecho de que ellas han de hacerse cargo de su prole y para ello las más afortunadas trabajan como vendedoras, planchadoras o lavanderas. La prostitución es otra salida común para las mujeres abandonadas a su suerte.

Nicaragua, además, es un país con un porcentaje notable de población joven. Probablemente en torno a un 70 por ciento de la población es menor de treinta años. Ello está originado por una tasa de natalidad elevada. Debido a motivos religiosos o culturales, los nicaragüenses son reacios muchas veces a aplicar métodos de control de natalidad. Además, las mujeres tienen sus hijos a una edad relativamente temprana, en torno a los 18 años o incluso mucho antes.

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